Etimológicamente la palabra mosaico deriva de mousaes, que en griego quiere decir "musa", quizá porque antiguamente se consideraba que un arte tan sublime sólo podía estar realizado por artistas inspirados por ellas.
Y aunque los griegos fueron grandes maestros la técnica (antes que ellos ya lo habían utilizado los sumerios o los cretenses), como así lo atestiguan los mosaicos helenísticos, fueron los romanos los que se convertirían en auténticos expertos de este arte, propagándolo por toda la cuenca mediterránea. Tan apreciado sería que se llegaron a promulgar decretos para fijar el precio de las obras.
En efecto, cuando las pretensiones imperialistas de Roma llevaron a sus legiones a la zona de Asia Menor, el mosaico ya era una técnica sobradamente conocida en aquellas tierras (Hefestión y Sosos de Pérgamo fueron artistas de excepcionales dotes), y al igual que sucedió con otras muchas disciplinas, los romanos se dejaron permear por las influencias extranjeras y adoptaron la manera de hacer helena, perfeccionándola y aportando nuevas ideas.
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